¿Hago el bien por mí o por los otros?


¿Hago el bien por mí o por los otros?
Una vista contemporánea al problema del egoísmo y la acción altruista.
Por Jocelyn Ivette Figueroa Palomo


¿Podemos realmente, como parte de una sociedad, actuar contemplando los intereses de los demás con los que vivimos?, o ¿estamos destinados a realizar nuestra vida manejándonos por aquellos que creemos son nuestros intereses? Y frente a esto, ¿son realmente nuestros intereses los que perseguimos al tomar una decisión? Y en caso que sí lo fuera y nos movemos partiendo de nuestra subjetividad como imperante a la hora de la toma de decisiones, ¿deberíamos intentar tomar en cuenta los intereses ajenos, o se podría siquiera hacer una real “acción altruista desinteresada”?

Considero importante este diálogo porque más allá de lo que las instituciones jurídicas, morales, religiosas dicten como un derecho o un deber, sobre lo bueno y malo, se encuentra la realidad del sujeto como uno innatamente social (lo cual no elimina la posibilidad de que este pueda ser o sea el lobo de su misma especie). Esta naturaleza a ser en sociedad tiene necesariamente que ver en la formación de este sujeto, entonces, si hoy nos encontramos con sujetos con nuevas conductas “antisociales” u otras que son una vuelta atrás a comportamientos ya comprobados como nocivos -no sólo para los sujetos inmediatos, sino para la marcha de la sociedad mundial- puede significar que el sujeto crece teniendo una percepción de su pertenencia a la sociedad que lo predisponga a estas actitudes, que lo distancie de ella.

El mundo ha visto un cambio radical dado por las comunicaciones y la tecnología del entretenimiento, por lo que, a mi parecer, no podemos decir que el stand ético que se maneja actualmente es igual al de una década, es algo que va más allá del presupuesto cambio de la sociedad como historia. Lo que se presenta en la actualidad es una reformulación quizás nunca antes vista de los principios morales y éticos, o al menos, en un nivel totalmente más radical, por lo tanto, vale la pena indagar sobre estas nuevas realidades que están aún desarrollándose. Es un hecho que estos momentos en el mundo se muestran imágenes de liberación, indignación y reclamo, pero ¿qué de todo esto es realmente interés del sujeto por crear un espacio más seguro, inclusivo? Pueda  que sea la mentalidad de grupo y el ímpetu de la importancia del Yo, o puede que haya un interés comunitario más grande, pero lo que es seguro es que la naturaleza humana presenta una complejidad incomparable. Estas cuestiones sobre el estudio social no pueden abordarse únicamente como una cuantificación de datos, es necesario apoyar estos con discusiones sobre el problema, y una perspectiva histórica, contextualizada y humana de la cuestión.

Cada uno de nosotros nace  arrojado a una sociedad llena de otros sujetos diversos, múltiples, distintos, pero que radicalmente son unos mismos a lo que nosotros somos, estamos todos juntos en nuestra calidad de humanos, enfrentándonos a una amalgama de problemáticas similares. Sin embargo, ya desde el inicio de la civilización y la unión de los sujetos individuales se establecieron órdenes “sociales” o diferencias del tipo de sujetos, pero ¿esto ha eliminado la capacidad que se podría decir es innata al hombre de ocuparse de otros? ¿Ocuparse en tanto reconocer a un sujeto a parte de mi Yo con el que comparto una convivencia? Para contestar a esto y dar una luz sobre la discusión podemos remitirnos a las pruebas rescatadas de hace miles de años que demuestran cómo
asociaciones tempranas de homínidos se encargaban de otros que sufrían padecimientos físicos[1] o mentales, lo que nos lleva a cuestionar qué tanto de lo que llamamos altruismo es natural a los procesos racionales distintivos de los humanos o es un resultado del devenir histórico dominado por la religión, como un Hobbes explicaría. Entonces, esta versión por ser “buenos” por ayudar o apoyar a los otros, ¿de dónde viene? Es claro que no se limita sòlo a nuestra especie, ni siquiera sòlo al ámbito de lo que está vivo, porque también es claro que el sujeto tiende a antropomorfizar la mayoría de aquello en lo que pone su atención; entonces ¿por qué el ser humano toma como tarea suya el “ayudar” todo lo que se encuentra en su mundo? Puede que sea por una versión naturaleza que es resultado de la razón y que ahora nos predispone (más no obliga ni lleva necesariamente a esto)  a ayudar a los y lo otro. Otra opción puede ser que el sujeto sabe que al encargarse de este entorno, de los otros y lo otro está finalmente haciéndose cargo de sí mismo, por ejemplo, pueda que hayan tantos intentos de salvar la fauna en peligro, las áreas verdes, el mundo en general, porque estamos conscientes de nuestro papel colectivo en la destrucción de todo lo que ahora se encuentra en riesgo, y sòlo así, tratando de poner una venda al problema es que podemos seguir adelante con el insufrible vivir. Lo anterior indicaría que, finalmente, puede que sea un egoísmo subyacente el que nos mueve a ayudar en un primer momento. 

¿Qué es el egoísmo? Y cómo afecta este a la vida social del hombre, ¿es realmente malo? O es como en las palabras de Spinoza, un valor más que permite asegurar nuestro ser en el mundo. Estas anteriores son unas de las preguntas fundamentales que salen al camino al hablar de egoísmo. Una primera definición del egoísmo es el que está definido por naturaleza como una búsqueda del propio bien, antes de cualquier otro màs y con intenciones de prevalecer mi Yo sobre ese otro. Hay que estar alertas de los presupuestos que se mezclan con el término egoísmo,  como una moralidad fallida o contraria que ha caído en egoísmo por algún tipo de deficiencia ética; esto, sin embargo, olvida la dualidad natural del Humano, esta como ser humano social y como animal que busca su supervivencia: todas las decisiones que toma un sujeto son, en su mayorìa, o totalidad, un ejemplo de la búsqueda de supervivencia, lo que se llamó por los modernos “voluntad”, “conatus” este ímpetu natural del sujeto por vivir, una voluntad de vida.

Cabe decir que en este ensayo no se hablará de un egoísmo burdo entendido como  una simple ausencia de un comportamiento altruista, una tacañería de elementos materiales, como un no compartir; sino, más bien, este será entendido como el egoísmo delimitado más generalmente y hasta cierto punto un egoísmo más metafísico que se establece como principio natural, como delimitación a priori del sujeto o como set de principios establecidos, esto dependiendo del argumento que se quiera alcanzar y de la manera que el texto lo irá delimitando. 

Una primera distinción que debe hacerse es entre el egoísmo ético y el egoísmo psicológico. El egoísmo ético, que es el tema principal de este ensayo será tocado después; ahora nos quedaremos con el egoísmo psicológico y sus características. Este egoísmo es el que está definido sobre la premisa de que por naturaleza, toda la acción del sujeto está motivada por el interés propio, implicando que el sujeto no actúa en ninguna instancia desinteresadamente, o en todo caso, cierta acción parezca desinteresada estará siempre definida por un bien propio último, sin importar el nivel en que esté bien propio se desarrolle. Un ejemplo de esto lo pone James Rachel en su introducción a la filosofía moral mencionando que  Kurt Baier habla sobre el egoísmo  y lo distingue del sujeto no egoísta diciendo que el primero es aquel que “desea sumamente algo mucho más específico […] promover su propio bien, sólo los intereses personales, o satisfacer solo los deseos y metas que tienen que ver con uno”[2] y sitúa la diferencia entre los dos al explicar que el sujeto no egoísta es aquel que al verse en la situación de querer algo siempre estará detenido por lo que es “moralmente permisible”; lo que significa que, en este caso el sujeto egoísta es aquel que se maneja siguiendo el ímpetu de sus deseos, que se presenta mayor  en relación con su acción cotidiana, que al mismo tiempo lo tendría que separar de la norma comunitaria; y los “no egoístas” manejaría este ímpetu en relación uniforme con la acción cotidiana aceptable en la comunidad. El problema con lo anterior es que una motivación no puede medirse en relación comparativa con ningún estatuto moral, esta motivación se puede presentar en una cantidad innumerable de casos y se puede transformar en incontables modificaciones que no permiten tomarlo como ningún principio sobre el cual una caracterización puede establecerse. El egoísmo psicológico no logra cubrir la complejidad el concepto de egoísmo ni el carácter de egoísmo del que haremos referencia en este ensayo, esta motivación no representa ningún carácter moral ni tampoco implica la realización de ninguna acción concreta que parta necesariamente de esta motivación inicial; igual de importante es el hecho que esta concepción no toma en cuenta la interpelación del contexto en el sujeto, la específica situación hermenéutica de cada uno y de cada situación propia que tiene necesariamente que ver en la toma de decisiones y la  realización de acciones concretas alcanzadas.

Es curioso ver que puede argumentarse que en fin, toda buena acción es algún nivel egoísta, porque aun, si se actúa en búsqueda de un bien propio final, como el sentirse bien o satisfecho después de haber hecho una acción desinteresada, sin embargo ese es el mismo principio de la vida altruista, del sujeto altruista, que derivan satisfacción de una “buena obra”[3]. No se invalida ninguna buena acción por el hecho que se gane satisfacción de haberla realizado, está en el carácter de la caridad misma el ser parte de un proceso de felicidad y satisfacción más grande, como lo es la salvación religiosa; de esto es que se desprende el “amar al prójimo como a ti mismo”[4] y la oración misma implica el Yo y otro compartiendo beneficios de la caridad realizada; es partiendo del bien propio que se puede caritativamente asegurar el bien del otro; y en el caso de la religión es desde donde debe  hacerse en pos de ganar una salvación.  

Habiendo ya desechado la teoría de un egoísmo psicológico o de un egoísmo natural fallido llevado por la motivación, el egoísmo ético -que es el tema central de este ensayo- es una aplicación del egoísmo en búsqueda del máximo bien propio, no como una especie de motivación irracional como se puede entender del egoísmo psicológico sino como una sobre la cual la decisión de proseguir sobre un camino específico está dado por una aceptación racional, cuando “al comportarse de determinadas manera está de acuerdo con la razón si al comportarse de ese modo el agente aspira a su máximo bien”[5]. Sin embargo, este egoísmo  no puede escapar al problema del encuentro de dos sujetos que busquen su máximo bien y que sus intereses se encuentren contradictorios.  Es más, otra problemática se da al ver que la acción egoísta no tiene que enfrentarse con ninguna norma moral; y al mismo tiempo, hay normas morales que pueden interceder en el bien propio, sobre las cuales el “egoísmo” no puede hacer más que respetar dichos preceptos morales.

¿Por qué tendría que ser contrario a la razón o a la moral perseguir el bien propio? O en todo caso, ¿porque lo inverso sería aceptable? El verdadero problema llega al momento de enfrentar los deseos particulares con el funcionamiento comunitario y social del sujeto dando a conocer al egoísmo ético como imposible si se quiere seguir partiendo de la “moralidad como reguladora de conflictos de interés” . Dicho todo esto anterior entendible y casi necesario que se boten están ideas de egoísmo que se meten a sí mismas en errores y aporìas.

A un lado de la discusión entre el egoísmo y el altruismo en el sujeto, queda la cuestión del nuestra libertad para tomar realmente una decisión basada, ya sea en una vida altruista, o siguiendo las premisas del egoísmo; y sobre esto debemos cuestionarnos el real alcance que podemos  tener de esto llamado libertad, o es eventualmente que se alcanzan  acciones médicamente libre. El hombre tiene como un determinante radical la libertad, cada quien puede decidir qué hacer y cómo hacerlo, pero ¿hasta donde llega esta? Cada día participamos en procesos sociales, económicos, educativos, todos conformados de una manera tal que dirijan las acciones y caminos en una específica dirección; los mercados se unen para consumir, la tradición se vuelve publicidad mercantil, las necesidades básicas se hacen lujos, lo que no necesitábamos se vuelve lo “in” que no nos puede hacer falta; igual, el estado se organiza de tal manera para que los ciudadanos se mantengan ordenados y normales, que los procesos se sigan, que los ánimos se mientan bajos y que de haber reclamo sòlo sea aquella que propicie la próxima elección. Este sin duda es un mundo nuevo del que ya no podemos escapar, y en este nuevo mundo nadie debería de decir realmente que es libre. Nacemos en el mundo y somos arrojados a esta cantidad de demàs gente, a determinados sistemas y procesos de comportamiento, apariencia y conformidad que exigen del sujeto la atención y conformidad prevista, esto consciente o inconscientemente forma el carácter de lo que somos y la propia mentalidad; no somos nosotros sin ser también todo lo que el mundo ya es y todo lo que son los demás que están a nuestro alrededor, todos esos con los que nos hicimos. Una decisión libre es entonces realmente solo aquella que contemplando todas estas determinaciones en los alrededores mantiene su prevalencia como elemento múltiple de la unidad comunitaria. Esta libertad que discuto debe entenderse como la conexión inmediata a la realización de un acto en pos del bien propio, o en todo caso, un acto  propio, en general; un acto que siga los intereses propios que tenemos  como sujetos individuales, así,  gracias a la libertad de razonamiento, a lo más que esta pueda ser alcanzada, permite depurar los patrones y moldes, condicionantes y pistas que lo que nos rodea pone sobre el sujeto.

Esto anterior es otra cara del debate entre el egoísmo  y el altruismo, en el caso del egoísmo ético, este se derrumba al ver que realmente, la cantidad de decisiones que tomamos en pos de nuestros interés està radicalmente condicionada por constructos sociales, económicos, ideológicos, religiosos estéticos, haciendo que estos, si bien, no dejan de ser entendidos por la subjetividad como intereses del Yo, no constituyan verdaderamente lo que el sujeto quiere, sino lo que le han hecho querer. El egoísmo psicológico, como ya se tocó anteriormente no soporta el hecho fundamental que el sujeto es pràxicamente y en hecho, un sujeto comunitario que se ayuda y ayuda; no es una criatura necesariamente egoísta ni necesariamente altruista, es un cúmulo de versiones naturales que disponen màs no obligan al sujeto a actuar o no. Finalmente, y para contestar la última pregunta con la que se abrió este ensayo, sí, una acción totalmente desinteresada sí es posible, y lo es sin implicar que el sujeto quiere últimamente alcanzar una satisfacción propia. Es posible porque el hombre es justamente eso, la especie de animal racional, social, emocional y altamente complejo que se ha creado conjuntamente como un cúmulo de diversas realidades pero que inevitablemente seguirán en unicidad. No por esto el sujeto está destinado a ser guardián del otro o siquiera de sí mismo, la realidad nos enseña que hay para cualquiera de esta tesis una prueba contraria junto a una prueba que le confirma, pero justamente esta visión legisladora es la que debe dejarse a un lado al momento de contemplar al sujeto como parte del sistema moral, no puede hablarse de ética si no se habla también de situación y contexto, de historia y devenir, de configuraciones y condicionamientos; una ética contraria recordaría más a una legislación religiosa de salvificación que a una herramienta fundamentadora de los principios básicos del comportamiento del animal social. 


Bibliografía
Singer, P. Ética y altruismo (cuadernos de la fundación Victor Grifols i Lucas, 2015)
-        - -, ed.   Compendio de ética. Alianza editorial, 1993
 Rachel, James.  Introducción a la filosofia moral, trad. Gustavo Ortiz Millán. Fondo de cultura económica, 2006)
 Bentham, Jeremy. to the principles of moral and legislation. Batoche books, 1781. https://socialsciences.mcmaster.ca/econ/ugcm/3ll3/bentham/morals.pdf . Sept 2018


[2] Peter Singer, “compendio de ética”, alianza editorial, 1993. (P, 248)
[3] James Rachels, “introducción a la filosofía moral”  en Brevarios del fondo de cultura económica, 2003.
[4] Mateo 22:39
[5] James Rachels, “Introducción a la filosofía moral” en Brevarios del fondo de cultura económica, 2003, (p, 187)

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