La necesidad de la reflexión moral.


La necesidad de la reflexión moral.


Por José Edenilson Coto Crapio.

                                          


 

     Los problemas de la moral son temas que atañen a cada persona y de un modo íntimo; por lo cual espero pueda dar el punto en este ensayo y se interesen por aquello que es inminentemente humano. Así pues, no nos será difícil reconocer que algunos de las muchas cuestiones morales son de importancia vital para nosotros. Por ejemplo: el hombre tiende a lo bueno, es decir, en toda su actuación incluida la cotidiana y normal, el objeto que el hombre busca en el fondo es un bien; sin embargo, aunque el hombre elige siempre un bien, pero no siempre elige bien. Su acto de elección puede que sea de signo negativo (o quizá no tan bueno). Con este ejemplo se ilustra el pergeño de uno de esos temas capitales en la vida de cada uno; esto es, la posibilidad de que nuestras acciones puedan estar equivocadas y, por tanto, la necesidad de preguntarnos por el criterio con que juzgamos lo correcto. Empero hay una problemática anterior a la cuestión sobre cuál ha de ser el criterio para la acción correcta, que es la que pretendo desarrollar aquí en este corto espacio, apoyado sobre todo en la obra compilada de Piter Singer Compendio de ética, el capítulo dedicado a la Meta-ética.

     Situados en un nivel macro, las culturas humanas han elaborado criterios y códigos morales para conducir la acción de sus miembros, empero, estos códigos contrastan entre sí; por ejemplo: algunos consideran bueno el acto sexual fuera del matrimonio mientras que otros lo censuran de forma absoluta, o en la actualidad dentro de nuestras sociedades los ejemplos que se refieren al aborto, la eutanasia, etc. Además conociendo las diferencias que de hecho se han registrado en las principales culturas disidentes, cada una defendiendo sus propios fines importantes enfrentados entre sí. La cuestión propuesta entonces es si cuando juzgamos lo malo de un acto hay un correspondiente hecho que define su carácter de correcto; si estamos apuntando a algo parecido a los hechos descritos por la ciencia pero en nuestro caso eminentemente morales que son susceptibles de estar equivocados o, su opuesto, los juicios morales no responden a hecho alguno que no esté relacionado al deseo: entonces nos preguntamos ¿existen valores morales objetivos? O ¿los valores son meramente una creación del sujeto que responde más a sus deseos?

     Dentro del debate ético tenemos posturas que sostienen el particularismo de los valores (relativismo moral) y, por tanto, la ausencia de toda fundamentación de la moral a partir de hechos objetivos en los cuales la acción se defina como correcta. Según el relativismo ético, las personas crean de acuerdo a sus tendencias sus propios valores, en consecuencia, haciendo imposible hablar de hechos morales que rija a todos los seres humanos por igual. Cada individuo, y por qué no cada cultura, según sus apetitos y su modo de pensar, implanta los valores en cada hecho o situación. Este es la cuestión principal que estamos desarrollando: el de si existen algo así como hechos morales independientes del sujeto que le sirvan de criterio externo al ser humano que actúa, para ayudarnos a evaluar el bien que se deriva de la acción a realizarse. Por ejemplo, cuando pedimos una calificación justa y objetiva al profesor, independiente de las expectativas y las tendencias de éste, estamos asumiendo que hay un criterio extrínseco que define al acto moral como correcto y, por tanto, deseable.

     Los juicios morales tales como <<el aborto es malo>>, <<el Estado es injusto>>, etc., pretenden describir una situación objetiva de un hecho particular del mundo o decirnos cómo son las cosas. Pero sabemos que nuestros juicios sean morales o amorales (como los que pretenden dar cuenta del mundo físico) están sujetos al error. La importancia del estudio de la moral destella entonces en este hecho epistemológico: es decir, en que es posible poder determinar la verdad o falsedad del juicio moral. Pero, se nos objetaría fácilmente que esto no es así porque los juicios morales realmente no describen ninguno orden de hechos independiente de nuestros deseos: un juicio moral no puede decirse si es verdadero o falso y, por tanto, si la valoración en ellos es correcta o incorrecta (no-cognitivismo). Dos hombres bien concluirían contrariamente el uno del otro respecto a las acciones de represión del Estado para con sus conciudadanos que protestan; lo cual no equivale a decir que uno está más en lo correcto que el otro.

     ¿Qué hacemos entonces cuando nos debatimos en opiniones morales? Según los irrealistas, lo que intentamos hacer cuando participamos en un debate moral es conseguir que nuestro adversario tenga los mismos deseos que nosotros tenemos pero solo porque son los deseos que deseamos que él tenga sin ninguna motivación racional. Solo se trata de imponer nuestros deseos a los otros. Pero esto no hace más que perjudicar a la reflexión moral sustrayéndole el elemento racional a la valoración moral y esto porque no hay un contenido racional en la determinación de nuestros deseos (Smith, 1995, p. 545). Además impide que la moral levante todo vuelo racional contra el hombre amoral para el cual  también esperamos encontrar razones capaces de persuadir a ese hombre si fuese racional (Bernard, 1987, p. 18).

     Volviendo a nuestro tema. La concepción metafísica opuesta al relativismo moral, que sostiene existen hechos morales, es el realismo moral[1]: aunque más que una teoría homogénea es una diversidad de posturas sobre la naturaleza del criterio que define el hecho moral. De forma general: un hecho moral es un hecho sobre lo que tenemos razones para hacer o no hacer.  El hecho moral puede reducirse e identificarse con esas razones, más en la línea del naturalismo a diferencia del intuicionismo que habla de razones morales especiales (Dancy, 1995, pp. 555-566): los diversos hechos que existen en el mundo hay algunos característicamente morales y con nuestro juicio expresamos la forma de ser de estos hechos morales determinados por las circunstancias. Hechos que responden a la rectitud y la no rectitud de nuestros actos en una situación específica desde el punto de vista moral. La objetividad del juicio moral pende de la existencia estos hechos morales singulares.

     Los naturalistas disienten de los intuicionistas en este postulado y consideran que los juicios morales pueden explicarse o analizarse pero sin recurrir a hechos morales especiales: es decir, <<puede reducirse a otra cosa o identificarse con otra propiedad>> (Pigden 1995, p. 573), por tanto podemos reducir o apoyarnos en juicios no morales que responda o se identifique a nuestro juicio moral. El problema de esta tradición es que no nos dice ciertamente aquello a lo que corresponde correctamente nuestro juicio moral: de ahí la diversidad de planteamientos naturalistas que, por ejemplo: reducen la bondad al placer o Dios, puede parecernos un poco caprichosa. Sin embargo, los naturalistas niegan que haya hechos o propiedades morales irreductibles, evitando el escollo intuicionista de tener que recurrir a una débil concepción de la moralidad, para el conocimiento de la verdad o falsedad de nuestros juicios morales; pues ellos definen nuestros juicios morales a partir hechos perceptibles verdaderos.

     Finalmente me gustaría terminar está pequeña reflexión trayendo a cuenta aquel problema sobre la evaluación de la acción correcta que abrió paso a nuestro tema; pues no se puede hablar de la acción correcta e inquirir sobre el criterio que la dirige si negamos que hay hechos que pueden servir de razones en la evaluación de nuestro juicio moral; y en ello acierta el realismo. Porque podemos dar razones de por qué es incorrecto no cuidar de los padres ancianos, pero también podemos dar razones de no querer cargar con ellos y que, además, quede justificado adecuadamente ya que se basa en hechos objetivos que son los que aportan las razones de la verdad de su juicio moral.







Bibliografía general:
Ayllón, J. Ramón. (2005). Ética razonada. Madrid: Ediciones palabra.
Bernard, Williams. (1987). Introducción a la ética. Madrid: Ediciones Cátedra.
Gutiérrez S., Raúl. (1992). Introducción a la ética.
Singer, P. (Ed. 2004). Compendio de ética. Madrid: Alianza editorial.


[1] La impugnación clásica consignada por Hume respecto que las distintas concepciones realistas violan la autonomía de la ética, al derivar el <<deber>> del <<ser>>, ha sido muy bien tratada por Charles R. Pigden en su artículo, El naturalismo, compilado en la obra antes citada de Singer, pp. 569-576;  ya que simplemente se habla de la autonomía lógica que acompaña a cualquier disciplina y que el naturalismo solo contradice la autonomía ética al no aceptar que existen propiedades morales especiales.

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